Ante esta epidemia del virus Covid-19, la prudencia y la responsabilidad han llenado el mensaje común de los profesionales de la salud. En el mundo del deporte los médicos hemos insistido en la necesidad de ser aún más prudentes porque muchas de las medidas de prevención no pueden llevarse a ca...
Ante esta epidemia del virus Covid-19, la prudencia y la responsabilidad han llenado el mensaje común de los profesionales de la salud. En el mundo del deporte los médicos hemos insistido en la necesidad de ser aún más prudentes porque muchas de las medidas de prevención no pueden llevarse a cabo por la naturaleza de la actividad.
Los dos objetivos fundamentales son no infectarse y no infectar y de esta manera permitir que la curva de la epidemia se aplane y nuestros hospitales no sean superados por una avalancha de enfermos. Esto es lo que ha sucedido en las últimas semanas gracias a las medidas de confinamiento y espero que seamos listos para definir una buena estrategia que nos reintegre a la normalidad.
La vuelta a la práctica deportiva
Por qué no aconsejamos volver prematuramente a la práctica deportiva, es lo que vamos a tratar de explicar. Me atrevo a decir que el deporte debe entrar más tarde que otras actividades en la normalización social. A pesar de que todo nos pide decir que los deportes individuales debían estar fuera de esta prohibición.
El primer elemento que debemos tener en cuenta como punto de partida es que por carencia de pruebas diagnósticas de carga vírica (PCR), los afectados en España son muchos más de los vemos reflejados en las cifras diarias de nuestro Ministerio de Sanidad. Había pocos test y por lo tanto no se pueden saber el número de afectados.
Según mis proyecciones, elaboradas desde el día 8 de marzo, en el momento de escribir este artículo las cifras oficiales están en 200.000 diagnosticados, sin embargo, desde el inicio, y en función de la terrible progresión de la enfermedad en sus inicios, lo lógico era proyectar esa cifra a un 1.000 por cien o incluso a un 1.500 por cien sobre las cifras conocidas al principio o incluso más. De esta manera no sería una locura pensar que entre un millón y millón y medio de personas pudieran estar afectadas y puede que nos quedemos cortos. Muchas de ellas ya están curadas, otras desafortunadamente han muerto pero muchas más, jóvenes, niños y mayores, pueden estar pasando la enfermedad en cualquiera de sus fases de forma asintomática. Todos ellos son posibles vectores de progresión de la epidemia, aunque ellos no lo sepan.
La gran mayoría de los deportistas son aficionados y comparten lugares y circuitos de actividad sin el exclusivismo de los profesionales. Habría que pensar que un porcentaje no desdeñable de ellos pueden ser contagiados subclínicos que pueden contagiar a muchos ciudadanos si se comparten lugares de práctica deportiva con otros deportistas o con personal convencional. Ser profesional del deporte no cambia la observación de este artículo.
Contacto fisico, cercanía y turbulencia del aire
Los deportistas aficionados son legión y su rango de edad abre un abanico cada vez mayor. Hacemos deporte desde antes y nos retiramos más mayores de la actividad. Ya que el virus no distingue por edades, ¿podemos hacer distinción por deportes? Pues salvo los deportes que, como la escalada y algunos otros se pueden entrenar en soledad completa, el resto de practicantes pasan por una interacción necesaria entre los contendientes o colaboradores en entrenamientos y partidos. Alguien puede pensar que los corredores también están preservados por su tipo de deporte pero para ello necesitarían pistas casi exclusivas y entrenamientos aislados, algo que, aunque con mucho esfuerzo se podría conseguir.
El motivo que nos debe preocupar en el deporte es que el contacto físico, la cercanía y la turbulencia del aire creada por los cuerpos de los atletas en un reducido espacio de terreno puede hacer que el virus se mantenga más tiempo suspendido en el aire y que sea más fácil su propagación. Tan es así que incluso la carrera se ha mostrado en experimentos de dinámica de flujo de gases como facilitadora del contagio. Esto cobra especial importancia a la carrera en parques, potencialmente llenos de personas mayores.
Esto obliga a guardar una distancia de seguridad más grande, que está en relación a la velocidad a la que andamos, marchamos y corremos cada uno de nosotros. Esta situación se acentúa en los deportes de grupo que congregan a muchos deportistas en poca superficie o aquellos en los que pueden intervenir varios deportistas en un mismo lance. Se estima que esas distancias pueden variar desde el metro y medio recomendado para personas quietas a los 4 o 5 metros para los que caminan, de diez metros para la carrera rápida y la bicicleta de paseo. Esta distancia debe aumentarse cuando las velocidades son máximas, llegando a más de 20 metros (*).
Caminar, correr o montar en bicicleta debe hacerse en batería y separados 2 m, no en fila. De esta manera el flujo aire que contiene las gotas de nuestra respiración, tos o estornudos ocupa el área de vacío que dejamos a nuestra espalda al correr. Este conocimiento de la dinámica de gases nos permite entender que es muy peligroso correr en grupo y que incluso adelantarse puede ponernos en riesgo si alguien de nuestros compañeros es portador de una forma asintomática del COVID-19.
Quizás hagan falta estudios más precisos pero mientras tanto, no lo olviden:
Mucho cuidado con los deportes de equipo y más aún en recintos cerrados. En los gimnasios debe guardarse una distancia de seguridad no inferior a 5 m.
(*)Bert Blocken et al.; Social Distancing v2.0: During Walking, Running and Cycling
Dr. Juan A. Corbalán, director de la Unidad de Salud Deportiva de Vithas Internacional